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Spanish Translation of You Carry the Cure In Your Own Heart
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LLEVAS LA CURA EN TU PROPIO CORAZÓN

El abuso emocional de niños puede llevar, en la edad adulta, a adicciones, furia, a un sentido de sí mismo severamente dañado y a una incapacidad para establecer vínculos verdaderos con otras personas. No obstante —si te sucedió a ti—hay una salida.

Por Andrew Vachss.
Originalmente publicado en Parade Magazine, 28 de agosto de 1994.


El abogado y autor Andrew Vachss ha dedicado su vida a proteger a los niños. Le pedimos a Vachss, un experto en el tema del abuso infantil, que examinara una de las formas quizás más complejas y extendidas de abuso – el abuso emocional: Qué es, qué le hace a los niños, qué puede hacerse al respecto. La novela más reciente de Vachss, “Down in the Zero”, hace poco publicada por Knopf, describe el abuso emocional en su forma más monstruosa.


Soy un abogado con una especialidad poco usual. Mis clientes son todos niños –niños dañados, que sufren, que han sido agredidos sexualmente, maltratados físicamente, privados de comida, ignorados, abandonados, y todas las otras cosas horribles que un ser humano le puede hacer a otro. La gente que sabe lo que hago siempre pregunta: “De los casos que has manejado, ¿cuál fue el peor?”. Cuando estás en un negocio en el que un bebé que muere a temprana edad podría ser el niño más afortunado de la familia, no hay respuesta fácil. Pero he pensado en esto –Pienso en esto todos los días. Mi respuesta es que, entre las muchas formas de maltrato infantil, el abuso emocional puede que sea el más cruel y el que más perdura.

El abuso emocional es la disminución sistemática del otro. Puede ser intencional o subconsciente (o ambas), pero siempre es un patrón de conducta, no un suceso puntual. El propósito del abuso emocional es reducir el concepto que el niño tiene de sí mismo al punto de que la víctima se cree indigno – indigno de respeto, indigno de amistad, indigno del derecho innato de todos los niños: indigno de amor y protección.

El abuso puede ser tan deliberado como un balazo: “Eres gordo. Eres estúpido. Eres feo”

El abuso emocional puede ser tan al azar como la precipitación radiactiva de una explosión nuclear. En los conflictos conyugales, por ejemplo, los niños con demasiada frecuencia se convierten en el campo de batalla. Recuerdo a un chico joven, apenas adolescente, frotándose ausente las cicatrices recientes que tenía en las muñecas. “Era la única forma de hacerlos felices a todos”, decía. El padre y la madre estaban enzarzados en una agria batalla por cuestiones de divorcio, y cada uno de ellos exigía del chico absoluta lealtad y compromiso.

El abuso emocional puede ser activo: Virulento menosprecio: “Nunca serás exitoso como tu hermano”. Humillación deliberada: “¡Eres tan estúpido!. Me avergüenza que seas mi hijo.”

También puede ser pasivo, el equivalente emocional de la negligencia infantil – un pecado de omisión, sí, pero no por ello menos destructivo.

Y puede ser una combinación de ambos, cosa que hace crecer los efectos negativos en proporción geométrica.

El abuso emocional puede ser verbal o conductual, activo o pasivo, frecuente u ocasional. No obstante, con frecuencia es tan doloroso como una agresión física. Y, salvo contadas excepciones, el dolor dura mucho más. El amor de un padre o madre es tan importante para un niño que privarlo de éste puede causar un “retraso en el desarrollo” similar al de los niños a quienes se les ha negado una nutrición adecuada.

Incluso el natural consuelo de los hermanos le es negado a aquellas victimas de abuso emocional que son designadas como el “niño-blanco” de la familia. Los otros hijos rápidamente imitan a los padres. En lugar de aprender las cualidades que todo niño va a necesitar cuando adulto – empatía, cariño, y actitud protectora—aprenden la crueldad de un orden de picoteo. Y así, el ciclo continúa.

Pero ya sea como blanco deliberado o como testigo inocente, el niño emocionalmente abusado inevitablemente lucha por “explicar” el comportamiento de sus abusadores – y termina luchando por su vida en una arena movediza de autoculpabilización.

El abuso emocional es la forma más extendida y menos entendida de maltrato infantil. Las víctimas de abuso emocional son frecuentemente ignoradas simplemente porque sus heridas no son visibles. En una era en la que a diario se revelan nuevos casos de inenarrable abuso infantil, el dolor y la angustia de los que experimentan “solamente” abuso emocional son frecuentemente trivializadas. Entendemos y aceptamos que las víctimas de abuso físico o sexual necesitan tiempo y tratamiento especializado para sanar. Pero cuando se trata de abuso emocional, es más probable que creamos que las víctimas “simplemente lo superarán” cuando se hagan adultas.

Esa suposición es peligrosamente errada. El abuso emocional deja cicatrices en el corazón y daña el alma. Como el cáncer, hace su actividad más letal en el interior. Y, como el cáncer, si no se lo trata, hace metástasis.

En lo que a daño refiere, no hay diferencia real entre abuso físico, sexual y emocional. Lo único que los distingue es el arma de preferencia del abusador. Recuerdo a una mujer, una abuela cuyos abusadores habían muerto hace mucho, contándome que el tiempo no había podido con su dolor. “No fue sólo el incesto”, decía en voz queda. “Era que él no me quería. Si él me hubiese querido, no podría haberme hecho eso”.

Pero el abuso emocional es único porque está concebido para hacer que la víctima se sienta culpable. El abuso emocional es una conducta repetitiva y, con el tiempo, acumulativa – muy fácil de imitar—y algunas víctimas luego perpetúan el ciclo con sus propios hijos. Aunque la mayoría de las víctimas valientemente rechazan esta respuesta, sus vidas se caracterizan por una tristeza profunda y generalizada, un autoconcepto severamente dañado y una incapacidad para verdaderamente relacionarse y formar vínculos con otras personas.

Los niños emocionalmente abusados crecen con percepciones significativamente alteradas de forma tal que “ven” las conductas –propias y de otros—a través de un filtro de distorsión. Muchos niños emocionalmente abusados se esfuerzan toda su vida en buscar la aprobación (que traducen como “amor”) de otras personas. Tan ávidos están de amor –y tan convencidos de que no se lo merecen—que son candidatos ideales para el maltrato en las relaciones íntimas.

La niña emocionalmente abusada puede oírse dentro de cada mujer golpeada que insiste en que “En realidad fue mi culpa. Parece como que yo a él lo provoco de algún modo”.

Y el casi inevitable fracaso de las relaciones adultas refuerza esa idea de ser indigno, agravando el hecho, reverberando a lo largo de toda la vida de la víctima.

El abuso emocional condiciona al niño a esperar abuso en el futuro. El abuso emocional es una bomba de tiempo, pero sus efectos raras veces son visibles, porque la gente abusada emocionalmente tiende a hacer implosión, a dirigir su ira contra sí mismos. Y cuando alguien es exteriormente exitoso en la mayoría de los ámbitos de la vida, ¿quién mira en el interior para ver las heridas ocultas?

Los miembros de un grupo de terapia pueden variar ampliamente en edad, clase social, etnicidad y ocupación, pero todos muestran alguna forma de conducta autodestructiva: obesidad, drogadicción, anorexia, bulimia, violencia doméstica, abuso infantil, intentos de suicidio, autolesión, depresión y ataques de ira. Lo que los trajo a consulta fueron los síntomas: Pero hasta que aborden lo único que tienen en común –una infancia de abuso emocional—la recuperación verdadera es imposible.

Una de las metas de cualquier esfuerzo de protección a los niños es “cortar el ciclo” del abuso. No deberíamos engañarnos a nosotros mismos creyendo que estamos ganando esta batalla simplemente porque tan pocas víctimas de abuso se convierten en abusadores. Algunos niños son programados para fallar de forma tan efectiva que una parte de su personalidad “se brinda cuidados parentales” auto-denigrándose y humillándose.

El dolor no se va con la adultez. De hecho, para algunos, empeora. Recuerdo a una mujer joven, una profesional muy competente, encantadora y amigable, muy apreciada por todos quienes la conocían. Me dijo que ella nunca tendría hijos. “Estaría siempre con miedo de actuar como ellos”, decía.

A diferencia de otras formas de abuso infantil, el abuso emocional rara vez es algo que sea negado por aquellos que lo practican. A decir verdad, muchos activamente defienden su brutalidad psicológica afirmando que una infancia de abuso emocional ayudó a sus hijos a “volverse más resistentes”. No alcanza con que renunciemos a la perversa noción de que apalear a los niños produce buenos ciudadanos --también tenemos que renunciar a la mentira de que el abuso emocional es bueno para los niños, porque los prepara para una vida dura en un mundo hostil. Conocí a algunos individuos que fueron preparados de esa manera para una vida dura – los conocí mientras cumplían condenas de por vida.

El arma principal de los abusadores emocionales es hacer sentir culpable a la víctima deliberadamente. Usan la culpa de la misma manera que un usurero usa el dinero: No quieren que la persona termine de pagar la “deuda”, porque viven muy bien de los “intereses”.

Porque el abuso emocional viene en tantas formas distintas (y bajo tantos disfraces distintos), reconocerlo es la clave para una respuesta eficaz. Por ejemplo, cuando aparecen denuncias de abuso sexual infantil, es una forma particularmente repugnante de abuso emocional el presionar a la víctima para que se retracte, diciendo que él o ella está “haciendo daño a la familia” al decir la verdad. Y exactamente lo mismo aplica cuando un niño recibe presión para sostener una mentira de un “amoroso” padre o madre.

El abuso emocional no requiere ninguna clase de acción física siquiera. En un caso extraordinario, un jurado en Florida reconoció el potencial letal del abuso emocional al declarar a una madre culpable de abuso infantil a raíz del suicidio de su hija de 17 años, a la que había forzado a trabajar como desnudista (y vivido de sus ingresos)

Otra forma rara vez entendida de abuso emocional responsabiliza a las víctimas por su propio abuso al exigirles que “entiendan” al perpetrador. Decirle a una niña de 12 años que ella ---habilitó--- su propio incesto es abuso emocional del nivel más repulsivo.

Un mito particularmente pernicioso es que al abusador se lo precisa “perdonar para sanar”. Para la víctima de abuso emocional, la forma más viable de ayuda es la auto-ayuda – y una víctima discapacitada por la necesidad de “perdonar” al abusador es un en efecto un ayudante discapacitado. El error más dañino que puede cometer una persona víctima de abuso emocional es invertir en la “rehabilitación” del abusador. Con demasiada frecuencia esto se convierte en otro deseo más que no se hizo realidad—y los niños emocionalmente abusados concluirán que no se merecían un resultado mejor.

Los costos del abuso emocional no pueden medirse por cicatrices visibles, pero cada víctima pierde un porcentaje de capacidad. Y esa capacidad continúa perdida en tanto la víctima esté atascada en el ciclo de “comprensión” y “perdón”. El abusador no tiene ningún “derecho” al perdón – semejantes beneficios solo pueden ganarse. Y aunque el daño fue hecho mediante palabras, el perdón verdadero solamente puede ganarse con acciones.

Para aquellos que tienen una noción idealizada de “familia”, la tarea de rehusarse a aceptar la culpabilidad por su propia victimización es aún más difícil. Para estos buscadores, la llave a la libertad siempre es la verdad – la verdad real, no la versión distorsionada, autosirviente servida por el abusador.

El abuso emocional amenaza con convertirse en una enfermedad nacional. La popularidad de la crueldad asquerosa, malintencionada, de ataque personal que pasa por “entretenimiento” es tan sólo un ejemplo. Si la sociedad está en plena erosión moral y espiritual, una “familia” cimentada en el abuso emocional de los hijos no va a resistir. Y la situación no muestra signos inmediatos de cambiar.

El tratamiento eficaz de los abusadores emocionales depende de los motivos de la conducta original, de la toma de conciencia de las raices de semejante conducta, y del deseo genuino de modificar esa conducta. Para algunos abusadores, ver lo que le están haciendo a su hijo o hija—o, mejor aún, sentir lo que forzaron a su hijo o hija a sentir—es suficiente para hacerlos parar. Otros abusadores necesitan ayuda con estrategias para lidiar con su propio estrés de forma tal que éste no desborde sobre sus hijos.

Pero para algunos abusadores emocionales la rehabilitación no es posible. Para estas personas la manipulación es una forma de vida. Fría y deliberadamente establecen un sistema “familiar” en el que el niño nunca puede lograr “ganarse” el amor del progenitor. En estas situaciones, cualquier énfasis en “sanar a toda la familia” está condenado a fracasar.

Si eres una víctima de abuso emocional, no existe auto-ayuda posible hasta que aprendas auto-referencia. Esto significa: Desarrollar tus propios estándares, decidir por ti mismo lo que la “bondad” realmente es. Adoptar las calculadas etiquetas del abusador—“Estás loco/a. Eres un malagradecido/a. No sucedió así como lo dices”—solo continúa el ciclo.

Y los sobrevivientes de abuso emocional infantil solo tienen dos opciones en la vida: aprender a tener referencias propias o seguir siendo una víctima. Cuando tu autoconcepto ha sido despedazado, cuando has sido profundamente herido y te han hecho sentir que la herida era toda por tu culpa, cuando buscas la aprobación de los que no pueden o no quieren proveerla --desempeñas el papel que te fue asignado por tus abusadores.

Es tiempo de dejar de desempeñar ese papel, tiempo de escribir tu propio libreto. Las víctimas de abuso emocional llevan la cura en sus propios corazones y almas. La salvación es aprender a respetarse a uno mismo, ganarse el respeto de los demás y hacer de ese respeto el requerimiento mínimo absolutamente irreductible para todas las relaciones íntimas. Para el niño o niña emocionalmente abusado, sanar es cuestión de “misericordia”— de misericordia contigo mismo.

Cómo te perdonas a ti mismo es algo tan individual como tú. Pero saber que te mereces ser amado y respetado, y apoderarte con el compromiso de intentarlo es más de la mitad de la batalla. Mucho más.

Y nunca es demasiado tarde –ni demasiado temprano—para empezar.

© 1994 Andrew Vachss. Todos los derechos reservados


Andrew Vachss ha estado escribiendo para Parade desde 1985. En respuesta a infinito número de solicitudes, hemos recopilado todos sus artículos en Parade hasta el momento aquí (en inglés)


“Tropecé con preguntas acerca de por qué me gustaba mi trabajo; entendí que no era un trabajo ‘normal’ y que, incluso para el campo de la salud mental, estaba en el extremo del espectro. Como supervisor de un programa de trabajo social con 70 clientes sufriendo de síntomas psicóticos severos estabamos de guardia as 24 horas los 7 días de la semana. Teníamos que mantener a la gente alojada, tomando la medicación, y fuera de las noticias. Tuve que convencer a gente severamente psicótica de entregar sus cuchillos, parafernalia para fumar crack, e incluso una vez una extremadamente económica espada samurái . Me sentí orgulloso cuando otros admitieron que no querrían mi trabajo.” Lea el ensayo completo de Zach Mucha  "The Trick is Not Minding That it Hurts: Childhood terror, psychosis, and self-definition," originalmente publicado en Spolia Magazine, 7ª edición, enero de 2014.


Aquí hay un extracto de un artículo relacionado, publicado en verano del 2012 en The Wilson Quarterly:

“Los epidemiólogos están ahora buscando una serie de factores que incrementan el riesgo de desarrollar esquizofrenia, incluido…. Haber sido golpeado, objeto de burlas, hostigado, abusado sexualmente, o abandonado cuando eras niño. De hecho, qué tan mal es tratado un niño podría predecir qué tan severo se torna un caso adulto de esquizofrenia—y particularmente, si el adulto escucha voces alucinatorias hostiles que hacen comentarios o dan órdenes.




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